El poder de la ignorancia
Scott Adams, creador de Dilbert, tiene un libro de viñetas llamado "When did ignorance become a point of view?" Y lo pregunta como si fuera algo extraordinario, como si no fuera evidente que la ignorancia no sólo es un punto de vista habitual y recurrente, sino que además aporta valor en no pocas ocasiones.
Ya hemos mostrado en otro artículo, cómo la ignorancia de alguien recién llegado a un equipo aporta frescura al realizar preguntas nada tontas que pueden desmontar muchos actos de fe, vicios, e inercias ineficaces adquiridas por los supuestos expertos durante el día a día. La ignorancia del novato, en su esfuerzo por autoaniquilarse, tiene el poder de hacer reflexionar a los veteranos aportándoles inesperados y vigorizantes nuevos puntos de vista.
Pero no es necesario incorporar a un nuevo trabajador para poder disfrutar del poder alumbrador de la ignorancia. ¿Cuántas veces hemos planteado un problema a algún conocido, amigo, colega o jefe, y al explicar nuestro irresoluble rompecabezas nos han dado espontáneamente un camino tan obvio como evidente, que nuestro profundo conocimiento de la materia tratada había pasado totalmente por alto?
Muchas veces, el profundo conocimiento de una materia es un obstáculo más que una ayuda, pues nos lleva a buscar soluciones extraordinariamente complejas a problemas estúpidos.
Cuentan que durante la carrera espacial, la NASA se enfrentó al inédito problema de proporcionar a los tripulantes de naves espaciales bolígrafos que pudieran escribir en ausencia de gravedad. Invirtieron millones de dólares en desarrollar uno.
Los rusos, más pragmáticos, decidieron utilizar lápices.
Estas situaciones no son exclusivas de nuestro tiempo. Hace siglos, durante la instalación de una campana en la torre del Miguelete en Valencia, los arquitectos se enfrentaron a una situación algo delicada.
Pretendían subir una enorme campana hasta lo alto, mediante una polea y dos plataformas unidas por una cuerda. La campana reposaba sobre una de ellas, en la base de la torre. La otra plataforma pendía del otro extremo de la cuerda en lo alto. Ésta se iba cargando con sacos de arena de tal forma que cuando el peso de los sacos superase al de la campana, sacos y campana intercambiaran su altitud.
El problema surgió cuando los sacos tocaron tierra y la campana no alcanzó la cota esperada, pues la longitud de la cuerda había aumentado bajo el efecto a la enorme tracción a la que estaba sometida.
Mientras los arquitectos elucubraban largamente buscando una sesuda solución al problema, pasó un labrador, se interesó por el problema, e indicó que lo único que había que hacer era cavar bajo la plataforma llena de sacos que reposaba sobre el suelo. Así, bajaría más hasta compensar la elongación de la cuerda, y la campana llegaría a la altura deseada.
Ya hemos mostrado en otro artículo, cómo la ignorancia de alguien recién llegado a un equipo aporta frescura al realizar preguntas nada tontas que pueden desmontar muchos actos de fe, vicios, e inercias ineficaces adquiridas por los supuestos expertos durante el día a día. La ignorancia del novato, en su esfuerzo por autoaniquilarse, tiene el poder de hacer reflexionar a los veteranos aportándoles inesperados y vigorizantes nuevos puntos de vista.
Pero no es necesario incorporar a un nuevo trabajador para poder disfrutar del poder alumbrador de la ignorancia. ¿Cuántas veces hemos planteado un problema a algún conocido, amigo, colega o jefe, y al explicar nuestro irresoluble rompecabezas nos han dado espontáneamente un camino tan obvio como evidente, que nuestro profundo conocimiento de la materia tratada había pasado totalmente por alto?
Muchas veces, el profundo conocimiento de una materia es un obstáculo más que una ayuda, pues nos lleva a buscar soluciones extraordinariamente complejas a problemas estúpidos.
Cuentan que durante la carrera espacial, la NASA se enfrentó al inédito problema de proporcionar a los tripulantes de naves espaciales bolígrafos que pudieran escribir en ausencia de gravedad. Invirtieron millones de dólares en desarrollar uno.
Los rusos, más pragmáticos, decidieron utilizar lápices.
Estas situaciones no son exclusivas de nuestro tiempo. Hace siglos, durante la instalación de una campana en la torre del Miguelete en Valencia, los arquitectos se enfrentaron a una situación algo delicada.
Pretendían subir una enorme campana hasta lo alto, mediante una polea y dos plataformas unidas por una cuerda. La campana reposaba sobre una de ellas, en la base de la torre. La otra plataforma pendía del otro extremo de la cuerda en lo alto. Ésta se iba cargando con sacos de arena de tal forma que cuando el peso de los sacos superase al de la campana, sacos y campana intercambiaran su altitud.
El problema surgió cuando los sacos tocaron tierra y la campana no alcanzó la cota esperada, pues la longitud de la cuerda había aumentado bajo el efecto a la enorme tracción a la que estaba sometida.
Mientras los arquitectos elucubraban largamente buscando una sesuda solución al problema, pasó un labrador, se interesó por el problema, e indicó que lo único que había que hacer era cavar bajo la plataforma llena de sacos que reposaba sobre el suelo. Así, bajaría más hasta compensar la elongación de la cuerda, y la campana llegaría a la altura deseada.
¿No es acaso fascinante el poder de la ignorancia?
Yendo un poco más allá, hay otro poder curioso. No es realmente el de la ignorancia, sino la del "novato". Es un fenómeno que no deja de llamarme la atención.
No es infrecuente que al recién llegado se le escuche de forma más efectiva que al veterano cuando ambos defienden un mismo argumento. Llama la atención que tras meses de pedir un determinado cambio en un recurso o protocolo organizativo, sin éxito, alguien recientemente incorporado enuncie idéntica necesidad y se acoja entonces la petición de forma rápida.
Si se da esta situación es, en primer lugar, porque los veteranos no han sabido comunicar eficazmente hacia arriba sus necesidades o problemas.
Yendo un poco más allá, hay otro poder curioso. No es realmente el de la ignorancia, sino la del "novato". Es un fenómeno que no deja de llamarme la atención.
No es infrecuente que al recién llegado se le escuche de forma más efectiva que al veterano cuando ambos defienden un mismo argumento. Llama la atención que tras meses de pedir un determinado cambio en un recurso o protocolo organizativo, sin éxito, alguien recientemente incorporado enuncie idéntica necesidad y se acoja entonces la petición de forma rápida.
Si se da esta situación es, en primer lugar, porque los veteranos no han sabido comunicar eficazmente hacia arriba sus necesidades o problemas.
Pero también, conceder más crédito a las caras nuevas que a los veteranos es sintomático, en mi opinión, de la extensión de la cultura del usar y tirar hacia las personas. Los directivos no han sabido darse cuenta de que la solución ya la tenían en casa, o peor, aburridos de escuchar siempre a los mismos, se han ilusionado con los argumentos y energía de quien se enfrenta a un nuevo reto en una nueva organización.
Esto no es más que el efecto auditoría. ¿Cuántas veces una auditoría saca a la luz problemas que todos sabemos? Numerosas ¿Cuánta energía debe dedicar un auditor a que se ejecuten las mejoras que ha planteado? Ninguna.
Esto no es más que el efecto auditoría. ¿Cuántas veces una auditoría saca a la luz problemas que todos sabemos? Numerosas ¿Cuánta energía debe dedicar un auditor a que se ejecuten las mejoras que ha planteado? Ninguna.
La moraleja es que muchas veces las soluciones las tenemos delante de las narices. Unas veces no ofuscamos buscandole tres pies al gato, y otras sencillamente no las queremos ver o escuchar.
Busca la simplicidad.
(Un día de estos hablaremos de DeBono)
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