Lo que cuenta es lo que cuentas

La confianza es a la relación con mis colaboradores lo que la química del carbono a la vida explorada: La única solución conocida que goza de amplio y reconocido éxito. Es cierto que existen químicas orgánicas alternativas, como la del azufre, pero sólo se conoce que la utilizaran bacterias de más de tres mil millones de años de antigüedad y hoy en día algún que otro humano que desciende de ellas.

Pero, ¿qué es la confianza? Sencillamente, la capacidad de encomendar a alguien la ejecución de una tarea o el desempeño de una responsabilidad sin necesidad de supervisar constantemente sus resultados: “Si está en manos de fulano, no hay que preocuparse”.
Para confiar en alguien, debemos tener la certidumbre de que existe una alta intersección entre nuestros valores y criterios y los de la otra persona. Esperar que la coincidencia sea total es un ejercicio de egocentrismo exasperante, pues implica que consideramos nuestro modelo el único válido con el que otros deben casar plenamente. La diversidad es buena.

A la confianza llegamos con el tiempo, pues el roce hace el cariño, y compartiendo acuerdos y desacuerdos encontramos el punto de equilibrio, perfilando al mismo tiempo cuál es el campo de competencia de nuestro colega, acólito o jefe. Podemos confiar para ciertas cosas y no para otras, en función de las habilidades del otro.

Evidentemente los resultados de las delegaciones deben supervisarse de tanto en tanto, pero como simple ejercicio de procedimiento para detectar desviaciones naturales y negociar puntuales variaciones de rumbo, ya sea con colaterales, colaboradores o responsables.

Pero este post no tiene por objeto definir la confianza, sino hurgar en una de sus más importantes consecuencias: Cuando confío en alguien, Creo en lo que me dice (y eso no es algo trivial).

Esta afirmación tan sencilla es tremendamente poderosa.

Si confío en un colaborador, creeré lo que me dice y no buscaré comprobación alguna, o acaso lo haré con mucha menor dedicación que si debo contrastar una información proveniente de una fuente desconocida.
Si confío en alguien en un determinado campo, tenderé a dar crédito a sus palabras. Será una de esas personas que aportan información que no requiere comprobación, y muy probablemente adoptaré como propia la opinión que me transmita.

Si un amigo al que adoro me dice que tal parque nacional es un paraíso, me moriré de ganas por ir a verlo. Si un buen amigo e inversor me recomienda comprar ciertos valores, me lanzaré a por ellos sin pensármelo mucho. Esto es algo evidente que no necesita muchas más vueltas.
Asimismo, si por una razón u otra tengo evidencias de que mis fuentes de confianza fallan, perderé la seguridad ciega en lo que se me comunique, y una pérdida de confiabilidad es muy difícil de recuperar.

Ahora bien, no sólo debemos ocuparnos en administrar la confianza que concedemos a quienes nos reportan. Más importante todavía es la que debemos alimentar nosotros ¿qué pasa con la confianza que otros depositan en ti, Jefe Novato?

Cuando quien confía en ti te escucha, tienes muchos números de que crea a pies juntillas lo que dices. Cuanto mayor sea el nivel de dirección en el que trabajes, menos sabrá de tu campo tu responsable. Quizás seas un I+D, un técnico, un financiero o un vendedor. Tu jefe no sabrá nada de divisas, voltios, amperios, FPGAs o probetas. Y ni falta que le hará siempre y cuando cuente en puestos inferiores con expertos, confiables, en dichas materias.

Lo que transmitas hacia arriba polarizará las decisiones de rango superior, por lo que es transcendente la responsabilidad de informar fehacientemente a las jerarquías superiores de lo que percibes desde tu área. El poder que tienes hacia arriba es tan grande como la confianza que se deposite en tu persona.

Para mantener la confianza de la que eres depositario, debes cuidar mucho qué transmites, con quién compartes la información, y cómo la expresas:
  • Ten amor propio: No transmitas información que no sea correcta, por mucha prisa que puedas tener en dar la noticia. Las prisas son malas consejeras. Nútrete de fuentes confiables o verifica las cosas antes por ti mismo. Así siempre se escuchará tu palabra.

  • Escucha más que habla: Participa cuando tengas algo que decir de alto valor. No ocupes el tiempo de CPU de tus congéneres con cosas que son irrelevantes.

  • Sé escueto. Ahorra tinta y palabras. Sé claro, conciso y correcto. Utiliza el lenguaje con amplitud, pero sin pedantería. Cuida la ortografía.

  • No pongas 1 millón de euros en manos de un amigo necesitado para que te los guarde en su casa durante un año: La mejor forma de conservar una información confidencial es no compartirla más que con los interesados, por mucha tentación que tengas de revelar algo excitante a tus compañeros más allegados.

  • Cuando transmitas una información, tu opinión irá inmersa en tus palabras. Controla cuidadosamente qué quieres dejar traslucir. Tus palabras se retransmitirán de despacho en despacho, distorsionándose irremediablemente. Fundamental: ¿Quieres dar un mensaje positivo o negativo?

  • Léelo tres veces: No hay post en este blog que no haya sido leído hasta cuatro veces antes de publicar, y aun así, revisiones posteriores detectan errores demasiado a menudo. Lo que dejas por escrito queda para siempre, y como alguien dijo, “nunca hay una segunda oportunidad para dar una primera buena impresión”.

  • Una de cal y una de arena. Los jefes están para mediar en los conflictos, pero también necesitan motivación. Solicita su intervención para romper equilibrios indeseados pero hazles llegar también buenas sensaciones.

  • No pierdas la oportunidad de mostrar que la confianza que se deposita en ti está cimentada en el equipo que te respalda.

Lo que cuenta es lo que cuentas, y lo que de ti cuentan. Mucho más que lo que haces.

Tú decides si quieres ser charlatán o sabio.

Comentarios

Kiiro ha dicho que…
Bien!

Nos tenías en vilo! Hacía tiempo que no veíamos un artículo nuevo, pero la espera ha valido la pena.

Buen verano!

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