La cadencia de la vida

De una pared del salón de la casa de mis abuelos colgó durante años un título. El documento, al que toda la familia concedía gran valor, conmemoraba el día que mi abuelo cumplía 40 años de servicio en la misma empresa.

Cuando era niño, contemplaba ese cuadro, colgado, inerte, e imaginaba que mi abuelo era un excepcional trabajador, muy inteligente y digno de respeto (algo que nunca he dudado). Hoy, pienso además que debía tener una inexpugnable paciencia: "¡40 años en la misma empresa!"

Recuerdo que al terminar de estudiar en la Universidad me sentía al borde del abismo. Junto con mis compañeros me preguntaba cómo sería la vida en el espacio exterior, "fuera del cole", al que asistíamos en un formato u otro desde los 4 años de edad.
Era el segundo salto al vacío, pues el primero ya lejano lo habíamos superado cuando pasamos de la formación superior a la universitaria, un momento trascendental que marcaría una buena parte de nuestro devenir al definir la profesión con la que nos ganaríamos la vida mucho más tarde.

En definitiva, desde la infancia nos enfrentamos a obstáculos que, si bien en su momento se nos antojan abismales y con retrospectiva ya no lo parecen, no dejan de tener una indiscutible trasncendencia en cuanto a que marcan decisivamente el desarrollo futuro de la persona. Estas 12 pruebas de Astérix aparecen de forma natural, periódica, con el transcurso de la formación. Nadie se plantea superarlas o no: Sólo hay un camino, hacia adelante y hacia más. Las citas las pone el sistema en el que se está inmerso.

Cada 5 años cubrimos una etapa: Adquirimos consciencia, aprendemos a leer y sumar, se nos transfiere una cultura general desarrollándonos en sociedad, nos convertimos en hombres y mujeres, incorporamos conocimiento especializado, y encontramos nuestro primer trabajo. Así, hasta los 25-30, unos antes otros después.

Hoy, trabajo. Y cuando miro al futuro ya no veo abismo ninguno. Ha desaparecido la cadencia regular. Ya no hay calendario prestablecido de pruebas como antaño: Ese género de pruebas, cuya superación se basa en general en criterios objetivos se las impone ahora uno mismo. Las evaluaciones a las que uno se ve sometido en este régimen permanente son por el contrario diarias, implícitas, y cuyo criterio de aptitud sigue siendo externo pero además volatil, personal e intransferible.

Existe otra razón por la que no veo abismo: Tras haber recorrido algunos peldaños en la escala he satisfecho la curiosidad de medirme, conocer mis límites que son muchos, y saber qué terreno está más allá de mi umbral de incompetencia. Puedo imaginar además que cualquier cambio previsible se reduciría a abandonar una estructura jerárquica para incorporarme a otra, en la que como ahora, desempeñaría una función por la que recibiría una contraprestación económica, desarrollando en mayor o menor medida proyectos acordes con mis motivaciones.

¿Y ahora qué? ¿Cuál es el criterio? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuál es el camino? De un modelo programado que marcaba el camino al futuro con hitos bien definidos pasamos a disponer de plenos poderes sobre uno mismo para diseñar los propios derroteros.

En mi opinión, el Objetivo es conservar la sana autoestima, que como sustento de la conciencia equilibrada de las propias capacidades, es el pilar de la felicidad básica y se esculpe y se mantiene midiendo las propias fuerzas con el entorno de forma constante. Los retos pueden ser culminar una misión, ganar y conservar el aprecio de otro, ser concesionario y depositario de una responsabilidad, etc...

Por un lado, el nivel de autorreto lo define uno mismo en base a los desafíos del entorno: Uno puede plantearse superar los objetivos a los que se enfrenta o aprobar pelón, o proponer nuevos objetivos aportando valor.

Por otro lado, la evaluación del logro que establezca el entorno no puede ni debe sino ir acompañada de la propia autoevaluación. De poco sirve sentirse acertado cuando alrededor sólo se percibe yerro, y vicecersa.

El camino hacia ese objetivo propuesto, consistente en cuidar un correcto nivel de autoestima, puede consistir en buscar para habitar el medioambiente que proporcione un nivel de reto adecuado a nuestras capacidades, y cuyo feedback correle adecuadamente con nuestra propia escala de exigencia.

¿A qué retos estás sometido? ¿Son adecuados a tus capacidades? ¿Cuando crees lograr algo, lo cree así tu entorno? ¿Cometes fallos que los demás no perciben, o quizás recibes un nivel de crítica desproporcionado frente a tus errores?

Buscar el habitat adecuado a una forma de vida, que permita florecer, es una buena estrategia para el continuum profesional. Y para lograrlo, hay que migrar, como los pajaritos. Y para andar el camino uno siempre debe moverse por atracción hacia un nuevo destino, nunca por repulsión del lugar habitado. En caso contrario, el riesgo es acabar en cualquier sitio menos del que partías, y eso no garantiza el aterrizaje con "toma asegurada".

Comentarios

hosay ha dicho que…
Noto un cierto tono de melancolía en lo que has escrito. En el post haces varias alusiones al nivel de incompetencia o a situaciones rutinarias dentro de las diferentes jerarquías de cualquier empresa.

Respecto a esto dos temas me gustaría apuntar algo.

Primera Parte: La incompetencia

El nivel de incompetencia es indetectable. Me explico. Uno mismo puede intentar no llamarse a engaño y escuadriñar cada uno de sus actos con lupa o microscopio electrónico. Ser muy exigente con uno mismo es una virtud, siempre que vaya acompañado de una justa valoración de los actos propios.

Muchas veces, sin embargo, no nos damos cuenta y el alto nivel de exigencia se convierte en una trampa, ligeramente autodestructiva. Hay que andar con cuidado con eso, ya que entonces confundimos lo que son sucesos normales (es decir, los aciertos y los fallos) en minas, de euforia y depresión.
Vuelvo a lo de que la incompetencia es indetectable.
Vamos con las definiciones. Si buscamos en la RAE competencia llegamos a la segunda acepción:

2. f. Pericia, aptitud, idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado.

Si detectas, durante un examen concienzudo, que te has equivocado, puedes corregir, y si corriges eres un tio competente, pues has ganado la aptitud. Si además detectas las áreas en las que no puedes aportar bien sea por falta de conocimiento, por falta de imaginación o por falta de cualquier otra habilidad, no eres incompetente y además renuncias a serlo al no tomar parte o hacerlo guiado o aconsejado por personas con dichas habilidades.


Cuando te vuelves incompetente, es cuando no te das cuenta de ese estado, y, consecuentemente, no remedias la situación. Mientras te des cuenta de que estas llegando a un límite, siempre tienes la posibilidad de mover o saltar ese límite de alguna forma.

Segunda Parte: La rutina

Respecto a las tareas repetitivas remuneradas, vamos lo que se llama trabajo, tu eres el que mejor sabe que la fuerza de voluntad es el mejor motivante que haces. En este mismo blog, hay un post titulado Inversión de Polaridad que demuestra que la capacidad de cambiar el entorno es un cualidad de las personas con coraje y de gran valía, y que una vez lo han hecho, recojen los frutos durante largo tiempo. Tal vez sea necesario dar golpes de timon ocasionales para que la línea recta no nos haga perder la referencia, a veces las curvas son el camino más seguro.

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