Lo que nada cuesta nada vale

Estos días se habla mucho de cambio climático, desarrollo sostenible y ahorro de energías como denominador común a ambos objetivos.

Esta tarde volvía del trabajo aportando mi granito de arena a la causa, una montaña que no creo que muchos más estén construyendo: conducía a 90 km/h. Soy un enamorado de la estadística y la medición, y sé, positivamente, que puedo ahorrar un 23% de combustible si conduzco a 90-100 km/h (850km / depósito) en vez de 140-160 km/h (690 km/depósito).

Pero no soy ningún héroe sacrificado: Actúo así agusto, no sufro, no tengo mérito. Además mi motivación es barriobajera. La pasta. No me gusta pegarle fuego al sueldo, y además genero menos estrés autoinducido si voy tranquilo por la vida.
Sería un sacrificado por la causa si condujese a 80 km/h. Una vez hice la prueba: 1100 kms recorridos con un depósito a condición de no superar 80 km/h. El ahorro fue de un 60% de combustible, pero casi me cuesta el divorcio y un ataque de nervios.

Si levanto el pedal es por ahorrar pasta, no planeta. Es decir, que ahorro ahí donde me tocan el bolsillo. Si los combustibles fuesen ridículamente baratos (imaginemos 1 cent/litro), ¿quién iba a planetarse reducir la velocidad para ahorrar planeta?

Hay recursos en nuestro entorno de trabajo que son gratis, y por lo tanto, a nadie le importa hacer de ellos un uso indiscriminado. Algunos de ellos son:
- Los correos electrónicos,
- las llamadas de teléfono de empresa,
- el tiempo de los demás.

Estos instrumentos que tanta ayuda pueden aportar, son armas de destrucción masiva en manos de generadores de caos. Estoy convencido de que debería cobrarse por cada correo electrónico enviado, llamada efectuada, o tiempo ajeno consumido.

Así, evitaríamos perder el tiempo chateando por mail, interrumpiendo por teléfono, o robando a las empresas con reuniones ineficientes e ineficaces. A la hora de abordar un nuevo proyecto, debería medirse en € no sólo las inversiones en maquinaria o materias primas, sino también las reuniones (horas x barbas x € / barba), y hasta el papel impreso (pobres bosques), ¿por qué no?

Todo elemento de nuestras vidas privadas y profesionales debería tener un coste asociado, ya sea económico, emocional, o de otra índole. Cuando algo parece gratis es que probablemente no hemos prestado suficiente atención para valorarlo.
Valora lo que cuestan las cosas, y esfúerzate en sacar el máximo valor de lo que inviertas, propio o ajeno. Hay una frase que nunca olvidaré, me la dijo mi tutor de prácticas cuando era becario en una empresa que emplea a más de 7000 personas en una planta de fabricación inmensa.
"Enfóca tus ideas como si fuese tu propio dinero el que invirtieses."

Comentarios

lafargue ha dicho que…
Por cierto, por poner el contraejemplo a tu analogía con la velocidad del coche y el ahorro de gasolina.

Yo prefiero ir a 140 km/h que a 80 km/h (siempre que las condiciones de la carretera y del vehículo me lo permitan, claro).

¿Por qué? Muy sencillo, valoro más el tiempo que la gasolina. Es decir, para mi el coste del tiempo que "pierdo" en el coche es mayor, aunque no se mida en €uros, que el coste que tienen los litros de gasolina que consumo de más
Anónimo ha dicho que…
Por primera vez estoy en desacuerdo contigo :)

Yo creo que todo tiene un coste intrínsecamente que, como muy bien apuntas, puede ser de índole económica, sentimental, etc...

Es decir, no hay cosas que no cuestan nada, para las que tú reclamas un coste. Toda acción tiene sus costes y sus beneficios. Nada es gratis.

Sin embargo, el problema real detrás de todo es que se nos da muy mal ponderar los incontables.

Cuando el coste es económico, todo el mundo sabe si le sale cuenta con paga; cuando el coste es emocional o sentimental... ay amigo! Eso es otro cantar.

La persona que inunda tu buzón con correos electrónicos debería ser capaz de discernir la atención y las ganas con las que contestas un correo oportuno y apropiado y la dejadez y apatía que te produce ver su quinto email acerca de un tema intrascendente.

Si no se da cuenta de esta diferencia, acabarás por tratar todos y cada uno de sus correos como intrascendentes, cayendo el sistema en la ineficiencia; además, muy posiblemente tu nivel de estrés aumente hasta límites insospechados, y, para rematar la jugada, acabes discutiendo con esa persona.

Lo mismo se aplica a las llamadas.

En definitiva, las dos primeras causas que enumeras son subdivisiones de la tercera: disposición banal del tiempo de los demás (generalmente en busca de conocimiento ajeno, como modo más asequible de conseguirlo que leyendo un libro o pensar una solución por uno mismo).

Sin embargo, los correos electrónicos y las llamadas gratuítas son intrínsecamente buenos. Sólo hay que aprender a usarlos.

Se puede establecer una analogía bastante evidente con la Seguridad Social en España. Como es gratis, todo el mundo va a ver a su médico al más mínimo estornudo.

Es bien cierto que si se cobrase aunque fuera a 1€ la visita médica, se podrían reducir los tiempos de espera en la consulta médica entre un 30% y un 50% (siendo precavidos).

No obstante, ¿No sería maravilloso que la gente supiese valorar la ineficiencia que crea yendo al médico por nada? ¿No sería mucho mejor darnos cuenta de que contribuimos a generar esas colas y tiempos de espera infinitos que tanto nos disgustan por no saber valorar ese coste?

Lamentablemente, y ahí si tienes razón, estamos muy lejos de esto, y tocarle el bolsillo a la gente se presenta como la mejor alternativa.

Jaime

Entradas populares de este blog

Trabajo reactivo vs. trabajo proactivo

Pirámide invertida

¿Reunitis aguda? ¡Huye!