Religión y CheeseBurger: De la razón al dogma

Hace unas semanas tuve que desplazarme a EEUU por motivos laborales. Allí pasé varios días disfrutando de mi trabajo: visitando clientes, observando el entorno al desplazarme en coche, y conversando con mi contacto allí, tanto del trabajo como de la vida.
Durante  mi estancia, tuve ocasión de probar distintos tipos de comida originarios de multitud de regiones del mundo: en Nueva York, repetir algo dos veces es del género absurdo dada la variedad de opciones a las que se tiene acceso.
Al cabo de pocos días, caí en la cuenta de que comiésemos chino, japonés, italiano o mejicano, tanto los locales como las cocinas estaban regentados por miembros de una misma y única comunidad religiosa, a la que pertenece mi colega "indígena".

Como no podía ser de otro modo, ardía en deseos de averiguar a qué se debía la nula diversidad en lo que a la gestión de los restaurantes concernía: mi colega, judío, sólo puede ingerir comida kosher
En términos del siglo XXI (según el calendario más universal), kosher es una auditoría que supervisa la preparación de la comida para la ingesta humana. Algunas características son por ejemplo, evitar comer cerdo, no mezclar lácteos y carnes (incluso deben utilizarse utensilios de cocina segregados), o la necesidad de desangrar totalmente a los animales que se sacrifican para servir de alimento al Hombre.

Si valoramos estos preceptos desde un punto de vista científico, veremos que son simples medidas de higiene fitosanitaria. El cerdo es un vector de la triquinosis, una enfermedad parasitaria que se transmite al Hombre al consumir carne contaminada. En la antigüedad, en ausencia de métodos sofisticados para determinar la salubridad del alimento, ¿qué mejor medida podía tomarse que sacar a los cochinos de la dieta? Este precepto forma parte también de la religión musulmana, que como por casualidad comparte sus orígenes con el judaísmo.

Por otra parte, los productos lácteos son el resultado de un proceso de fermentación mediante el cual ciertas bacterias consumen lactosa liberando energía y ácido láctico. Aún sin conocimientos profundos en biología, podemos imaginar que bichitos y chichas pueden ser una mezcla muy interesante para los primeros pero más bien poco para las segundas. Atendiendo a criterios puramente profilácticos, es comprensible que se evite el contacto de lácteos y carnes tanto en su almacenamiento como en la preparación, para evitar la contaminación de unas por parte de los otros.

Finalmente, de todos es conocido que antes de inventar el frigorífico, e incluso hoy en día, la conservación de la carne y el pescado se logra mediante la deshidratación de los tejidos por salazón. Desangrar éstos es uno de los procesos esenciales para evitar su putrefacción. 

Demostramos con ésto cómo sacrosantos dogmas vigentes de varias religiones, cuyo origen se remonta miles de años atrás en la Historia,  tienen un origen bastante razonable en el dominio Científico. Y me permito decir Científico con una gran "C", porque en mayo tuve ocasión de observar las paredes del templo de Kom Ombo, en el Nilo, donde hace 5000 años se grabó en las paredes una tabla con 25 instrumentos quirúrjicos entre los que se observan forceps, ventosas, tijeras, pinzas, bisturís, etc...
El hombre antiguo carecía de los medios técnicos actuales, pero no de nuestra capacidad de razonamiento.

En total, el edificio normativo sobre el que reposa la tranquilidad de mi colega está constituido de 613 mitzvot o mandamientos, y por no centrarme en su credo particular, diré con vocación de generalidad que las demás religiones, el Derecho, los procesos empresariales auditados por ISO y el Reglamento de Circulación Aérea se basan igualmente en un numeroso grupo de normas más o menos complejas de buenas prácticas.
Todo esto está muy bien, ¿no? Al fin y al cabo, parece que la Historia ha hecho avanzar la civilización coleccionando reglas y normas que nos permiten evitar riesgos y vivir con mayor seguridad. Es una forma de gestión del conocimiento.

Pero algo ocurre en el momento en que nos damos cuenta de que comer un bocata de jamón con queso manchego es ilegal. En efecto, si bien el jamón es carne deshidratada, incumple dos normas: es cerdo, y se mezcla carne con lácteos. No hablemos ya del Cheese Burger (que por cierto eso no me lo como yo ni siendo agnóstico).

Hoy en día, el Ministerio de Sanidad y Consumo vela por la seguridad alimentaria, por lo que puedo confiar razonablemente en que si como cerdo, está en condiciones. Por otra parte, tengo nevera, por lo que las bacterias de los lácteos están inactivadas y no estarán para mucha fiesta aunque tengan carne cerca.

¿Por qué no se revisan las normas religiosas y se actualizan al estado tecnológico actual? Pues porque éstas se han convertido en dogmas: leyes que deben cumplirse a pies juntillas pero de las que se ha perdido la motivación original.

Cuando la reglamentación es dogmática se pierde la comprensión racional de la causa que la motiva, y por lo tanto, ante un cambio tecnológico o sencillamente de objetivos, se convierte en una carga similar a la que arrastra el córtex construido sobre la amígdala, o el Pentium IV con sus cimientos en forma de primitiva arquitectura x86. Queda el terreno abonado para una complejidad creciente.

Para más inri (ya que estamos), iniciativas para generar nuevas reglamentaciones no faltan, a diferencia de la escasez de valientes con el arranque necesario para poner en cuestión lo establecido y revisar la validez de los mandamientos vigentes. Creo en la máxima "al futuro con el pasado", pero utilizando éste como punto de reflexión, no como ancla.

En general, la bola crece y crece hasta que se produce una situación insostenible. ¡Es lo más cómodo! Cuando todo está roto nadie pone barreras a los hombres de acción.
No es lo mismo ser despedido cuando hay crisis que en época de vacas gordas, o que el gobierno de los EEUU actúe como un país comunista nacionalizando entidades financieras cuando el sistema bursátil especulativo alimenta por cuarta vez (el 29, los 60, los 90 y el 2008) las dudas sobre la validez de un sistema de mercado emocio-económico.

Y entonces llega la reforma. El diario El Mundo anunciaba hace unos días que para agilizar la creación de empresas, deberán modificarse 7000 normas. ¡Menuda Halajá! ¿En qué consistirá la simplificación? Supongo que si las 7000 normas se convierten en 1000, el grado de complejidad será equivalente, con el agravante que costará tiempo y confusiones que todos los que deben aplicar la ley se familiaricen con 1000 nuevas normas y tomen consciencia de que deben olvidar 7000 anteriores.
Si las normas no son menos de 10 no se habrá obrado una verdadera revolución a este respecto.

La complejidad, la entropía, el desorden, es la tendencia natural de la materia: todo sistema tiende a su estado de mínima energía, nos dice la ciencia Física. Tanto desorden supone no tener normas, como tener miles de ellas. Por el contrario, el orden, la coherencia, la simplicidad se consigue en base a dedicar mucha energía a conseguir pocas normas.

Cuando en tu trabajo como jefe debes aportar orden, ¿haces normas? ¿Revisas antes las existentes o te contentas con reglamentar a ciegas? ¿Diseñas detenidamente pensando en el mantenimiento del cuerpo normativo o ignoras su complejidad? ¿Eres consciente de que lo realmente difícil es simplificar? 
A menos que el LHC del CERN diga lo contrario, las interacciones de la materia en el universo entero se rigen exclusivamente por la acción de cuatro fuerzas: electrofuerte, electrodébil, eletromagnética y gravitatoria. 

Los valores son la raíz de los mandamientos. Busca y difunde pocos y sencillos valores que eviten tener que reglamentar cada aspecto del trabajo y de la vida. Serán mucho más estables que las normas, más sencillos de comprender y compartir, y permitirán, además, que en ausencia de una ley o procedimiento específico que describa cómo actuar en cada situación, las personas sean capaces de tomar decisiones autónomanente alineadas con el objetivo común.

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