Abstracción


La sociedad no puede avanzar sin especialización. Hoy puedo publicar un diario en Internet porque las patatas están en el supermercado. Así es: Las patatas están en el super, y mientras unos se ocupan de que no falten, otros pueden fabricar ordenadores, inventar protocolos, hacer mesas de madera, crear la silla sobre la que me siento, y generar la electricidad que preciso.

Desde el punto de vista del individuo, la especialización no es otra cosa que cultivar un acertado conjunto de habilidades cuya combinación le permita conseguir el dinero que cuestan las patatas, al menor esfuerzo.
Y la evidencia es que las especialidades son muchas… o quizás no.

¿Cuántas canciones posibles hay? Virtualmente infinitas. No obstante, el lenguaje simbólico a partir del cuál se construyen es finito. Unas cuantas octavas de 12 semitonos y un esquema temporal particionado de forma estricta, al menos en el pentagrama.

Un pianista capaz de leer a primera vista, puede tocar cualquier pieza de las infinitas posibles si ha cultivado adecuadamente la habilidad de coordinar pies, manos y lectura. Es cierto que quizás no pueda “interpretarla” a primera vista, es decir, evitar la ejecución maquinal de la partitura con rigidez, sino esquivar el ritmo canónico y modular el ataque a las teclas para ofrecer una versión cuya expresión sea genuinamente personal. Pero tocarla, puede tocar la pieza.

Supongamos que este músico no ha utilizado en su vida un PC ni una máquina de escribir, y que le pedimos que teclee 10 páginas de texto. Probablemente le cueste sudor y lágrimas. Pero, ¿qué pasaría si codificásemos ese texto en una pieza musical, y emplease el teclado del piano a modo de teclado de texto? ¿Sería tan rápido y eficaz como tocando una pieza a primera vista?

Contestaré dando otro ejemplo.

Grandes jugadores de ajedrez son capaces de recordar todas las posiciones de las fichas en un tablero con tan solo observarlas durante breves segundos. La capacidad de demostrar esta sorprendente habilidad está no obstante sujeta a una condición: La posición de las fichas debe ser “coherente”, es decir, corresponder a una partida real.

Si desordenamos piezas de ajedrez aleatoriamente en un tablero, no serán capaces de reconstruir la escena. Esto significa que en el lenguaje simbólico finito del ajedrez (piezas-posiciones), existe una cierta ligazón intrínseca al entorno del juego que condiciona la capacidad de interacción del jugador con el tablero. Si generamos artificialmente una frase ajedrecística sin sentido (posiciones aleatorias), el jugador no podrá recordarlas con la misma eficacia que cuando las posiciones son “melódicas”.

Un texto representado en forma de partitura probablemente sea un conjunto de notas aleatorias sin sentido para un músico. Habremos violado la coherencia del ajedrez, o sencillamente roto las reglas de la armonía musical que sirven de hilo conductor que amalgama la sucesión de notas musicales de una pieza. Por esto no podremos esperar que el músico sea tan veloz con un texto codificado en el pentagrama que con una pieza real leída a primera vista.

No obstante, siempre será más fácil para él encontrar un “Do” fuera de contexto que la letra “k” en una máquina de escribir que no conoce. En definitiva, nuestra propuesta funcionará (más aún si cabe si el músico interpreta “música contemporánea”).

¿Qué hemos logrado? En lugar de hacer que el músico cultive una segunda habilidad (escribir a máquina), hemos conseguido multiplicar los campos de aplicación de una única que ya poseía. Y lo hemos logrado adaptando la interfaz hombre-máquina que ya domina a un problema diferente para el que tiene aplicación en un principio.

Como me gusta ser osado, he aquí una buena provocación:
¿Qué dificultad tiene operar un cerebro? Simplificando al extremo, se trata de navegar tridimensionalmente por un cierto escenario hasta alcanzar una ubicación precisa del órgano con el objetivo de eliminar un tejido dañado. ¿Has visto alguna vez niños jugando a los marcianitos? Su habilidad de sortear obstáculos y disparar al enemigo es extraordinaria.

¿Qué pasaría si abstrajéramos la navegación por el cerebro representándola como la navegación de una nave en un juego de marcianitos? ¿No sería capaz un niño de llegar al objetivo y disparar al marciano de forma airosa?
Quizás no confíes en un niño. ¿Y si sentamos a un piloto de combate en un simulador, haciéndolo volar por angostos cañones montañosos que realmente están representando venas, capilares, y circunvoluciones cerebrales. Si lográsemos una equivalencia entre el cerebro y un escenario cuya navegación está ya resuelta por otras ciencias, reduciríamos los dos problemas en uno solo.

¿Hacen falta realmente tantas especialidades? ¿Acaso no nos damos cuenta de que en muchas ocasiones los problemas son los mismos pero con otra piel?

Un problema clásico de optimización heurística en ciencia consiste en encontrar los máximos y los mínimos de una función en espacios multidimensionales. Podemos asumir una simplificación del problema para ilustrar el mismo concepto con el que estamos jugando.

Imaginemos que tenemos una colección de datos que representan la deformación de una estructura de hormigón en función de la relación agua-cemento y de la tensión aplicada. Nuestro objetivo es hallar una combinación de relación agua-cemento y de tensión que provoque una deformación máxima. Esta función en la que dos variables condicionan el valor de una tercera se puede representar como una superficie en tres dimensiones. Es como la altimetría, el terreno tiene una elevación que depende de dos variables: su latitud y su longitud geográficas.

Nuestra búsqueda del máximo se convertiría en la exploración de un pico montañoso en esta orografía sintética. Existen múltiples algoritmos para hallar buenas soluciones a este problema, pero quizás fuese más sencillo utilizar una cabra. No conozco ningún animal que tenga más habilidad para subirse a las cimas de las montañas de forma innata. Si conseguimos sumergir a una cabra de carne y hueso en un escenario virtual cuya orografía se corresponda con la superficie descrita por la deformación del hormigón, quizás el animal sea capaz de desplazarse de forma eficaz hacia la cima y resolver nuestro problema de forma rápida.

Puede parecer absurdo, pero lo cierto es que Marco Dorigo, de la Universidad Libre de Bruselas, propuso una excelente solución al clásico problema del algoritmo del hombre viajante emulando el comportamiento de las hormigas, que son capaces de forma innata de encontrar el camino más rápido entre dos lugares que les interesan.

Los masters de gestión dan formación general sobre problemas típicos de las organizaciones, buscando la abstracción del proceso de negocio. Unas ventas que caen, unos costes que se incrementan o un personal agitado son situaciones que se presentan independientemente de que se vendan seguros, automóviles, electrónica o dinero.

Al principio del artículo cuestionaba si la cantidad de especialidades en nuestro escenario socio-económico son muchas o no. La realidad quiere que sean numerosas, pero el conjunto de habilidades del ser humano es limitado y su expresión en muy numerosas especialidades dispares no significa otra cosa que no hemos conseguido todavía “factorizar” las actividades en aquellas que son similares.

Buena parte de la habilidad del gestor debería residir en ser capaz de abstraerse del proceso de negocio concreto que le ocupa para pensar con vocación de generalidad. Reconocer patrones universales y saber aplicarlos a situaciones concretas puede ser el equivalente al músico que puede tocar una pieza a primera vista o teclear un texto con una partitura adaptada.

Un buen gestor, con capacidad de abstracción, debería poder ocuparse de diferentes tipos de negocios sin mucha complicación (vender pipas o lanzar satélites). Serán los técnicos los que resuelvan el punto de tostado óptimo o la cantidad de giróscopos necesarios. El gestor, al especializarse en un sector determinado, debería poder “interpretar la partitura”, es decir, dar el toque de sensibilidad personal que hiciese su gestión única, diferenciada, y por ende valiosa.

Por otra parte, es cierto que la gestión consiste en tomar decisiones sobre escenarios que están íntimamente relacionados con la naturaleza del negocio. Por lo tanto, en ausencia de una conocimiento experimentado del terreno, es fundamental disponer de un grupo de asesores de confianza que constituyan la capa de abstracción.

Cuando resuelves un problema, ¿intentas primero reconocer patrones? ¿Qué ámbito de aplicación tiene tu solución? ¿Es extrapolable a otras áreas? En otras palabras, cuando gestionas un conflicto, crisis o dificultad, ¿sabrás resolver la mejor la siguiente por inercia (experiencia) o por haber dado con los ingredientes fundamentales y universales de su esencia (abstracción)?

Aun así, hay que tener presente algo que un buen amigo mío, desarrollador de software, me dijo en una ocasión: “Lo malo de la abstracción es que nunca llegas a nada concreto”.

Comentarios

Kiiro ha dicho que…
Mmmm... le has dado un cambio estético al blog, no?

Dr. Grijando Moore

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