En casa de la herrera, cuchillo de plata
Hace unos días tuve una conmovedora conversación con un compañero y amigo al que conozco muy bien, pues ha querido el azar que desde hace más de 10 años nos hayamos visto recorriendo los mismos destinos a pesar de que la movilidad asociada a nuestro oficio bien podría habernos dispersado por la geografía desde muy pronto. Inteligente calibre filósofo, es culto y abraza múltiples ámbitos del saber, desde la Ciencia hasta las Artes y la economía. Lo considero un discutidor profesional, adora el debate y es capaz de enredarse por puro placer con cualquier tema para exasperación de sus interlocutores, eso sí, siempre guardando una admirable y exquisita compostura. Aun así, nunca antes lo había visto cruzar la frontera que supone afirmar que las mujeres en África paren sin dolor y sin problemas. No fue en esta ocasión una impertinente maniobra de regateo. Lo dijo en serio. Lo sé, entre otras cosas, porque hasta entonces jamás se había situado a sí mismo en un plano ético degradado para reba